El síndrome Guillain Barré cambió su vida.
Uno no sabe lo que tiene hasta que lo pierde, las facultades del ser
humano son primordiales y necesarias para poder desarrollarnos como persona
durante toda la vida.
Rosario Collazos, una mujer de 48 años, madre soltera de dos hijos, humilde, de
estatura media, cabello ondulado, llena de vida, padeció el síndrome de
Guillain Barré a principios de Junio del 2006, el cual atacó a su sistema inmunológico,
dejando sin movimiento a los músculos de sus extremidades ya que no recibían
órdenes de los nervios y éstos del cerebro, el malestar comenzó impidiéndole
mover las manos y se extendió poco a poco hasta la piernas, postrándola en una
cama de hospital.
Rosario estaba trabajando en la Federación Peruana de Natación,
ubicada en el campo de Marte, su rutina era levantarse, preparar el desayuno a
sus dos hijos, alistarse y salir apresurada a trabajar, pues era el sustento de
su familia.
Un día jueves, primero de Junio del 2006 se sentía débil, al preparar el
desayuno se le cayó la cucharita con azúcar que le iba a echar a la taza; se
sentía muy cansada pero aparentemente estaba bien.
Cada día le era más tedioso, todo lo hacía más lento y con mayor
dificultad, sin embargo continuó yendo a trabajar el viernes y sábado, era una
persona muy responsable y dedicada. El domingo 4 de Junio eran las elecciones
presidenciales, a las cuales no faltó a pesar de estar muy delicada de salud,
ya que si lo hacía tendría que pagar una multa de alto costo, dinero que a ella
le haría falta para otros gastos.
Al siguiente día, “Charo”, como la llaman sus parientes, conocidos y
amigos, dejó de ir al trabajo para ir al hospital, pues ya no aguantaba la
pesadez y malestar corporal. Asistió al hospital “Dos de Mayo”, ubicado en el
Cercado de Lima, ella no contaba con
seguro y le habían recomendado un doctor de dicho nosocomio.
Charo, llegó al hospital a las
7.00 am, se desvaneció al tomar un taxi, es por eso que terminó entrando al hospital en silla de
ruedas y por emergencia. Estaba perdiendo aún más estabilidad y fuerza en las piernas, el neurólogo la atendió a las
10 de la mañana, la chequearon, le realizaron varios exámenes en la manos y
piernas y fue en ese momento donde le determinaron que estaba sufriendo el
síndrome de Guillain Barré, virus que contrajo por tener el sistema
inmunológico bajo a causa del estrés, preocupación y depresión.
Antes de contraer el síndrome, Charo, había tenido una gran
preocupación y depresión, ya que un familiar querido y cercano, su tío, estaba
desaparecido y no tenía rastros de él, ella hasta llegó a pensar que estaba
muerto, es por eso que se sumió en una gran pena que le debilitó el sistema
inmunológico.
El doctor especializado en neurología, le dijo que debía quedarse
internada y que iba a necesitar terapia y descanso médico por cinco meses, la
madre de familia estaba llorando por el gran costo que le saldría el
tratamiento del síndrome que aquejaba, y estaba preocupada porque sus hijos
estarían solos en casa y en el colegio y temía perder el trabajo, el cual le
era muy necesario para mantener su hogar.
El hospital era modesto, para personas de bajos recursos, su
habitación era limpia, daba un buen aspecto, la mujer era muy creyente en Dios,
tenía mucha fe, oraba mientras estaba echada en la camilla, le agradecía a Dios
e imploraba: “Dios mío ya antes te he necesitado, ahora te necesito más y sé
que tú me vas a ayudar”, “Sé que me va a pasar un milagro”, y cambió de
actitud, la confianza se apoderó de ella.
Charo, ya instalada en un cuarto del hospital, esperaba que le
pusieran suero como suelen poner, pero no, a ella solo la mantenían echada y le
daban dos pastillas: Complejo B y Núcleo CMP, que son vitaminas, se encontraba
en observación. Lo que sufrió se le dice “síndrome” porque no saben aún cuál es
el tratamiento para su solución, sigue de incógnito el por qué ocurre y se
desconoce la prevención. Es una enfermedad distinta que no se compara con la
bronquitis y hepatitis, pues el síndrome de Guillian Barré no es de común aparición
y no tiene cura, también denominada como “Parálisis ascendente de Landry”.
Al tercer día internada, para evitar que le siga avanzando la
parálisis hasta comprometerle los pulmones, a Charo tenían que practicarle una
plasmaféresis, método que consiste en poner un catéter en el cuello para sacar
sangre entera del cuerpo, extrayendo sólo el plasma, pues se dice que ahí se
aloja el virus, luego el propio organismo genera otro plasma. Ésta terapia era
muy costosa y ella no tenía como solventar ese gasto; habló con la asistenta
social de dicho hospital y con lágrimas en los ojos le explicó que era una
madre soltera, que vivía en la casa de su madre con sus dos hijos y no contaba
con una pensión por parte del padre de sus hijos, suplicándole un descuento. Es
así, que la asistenta social con la mano en el corazón, le redujo todos los
gastos al 50%.
A diario ejercitaba sus extremidades, debía mover poco a poco las
manos, brazos, piernas y pies, lo
realizaba con ayuda de las técnicas del hospital, pues si no lo hacía no habría
forma de recuperar el movimiento de los músculos. Charo llegó a no poder juntar
la punta de un dedo con otro, no tenía fuerzas ni para levantar los brazos y
piernas a un centímetro de la camilla, también perdió la movilidad de las
piernas.
Aun así, a paso lento, ella trataba de pararse, caminaba agarrada de
las barandas de la camilla y sujetada a distintas formas de apoyo, tenía una
gran fuerza de voluntad, una de las frases que decía era: “Ahora me doy cuenta
de lo importante que son las facultades”, “Me recuperaré”.
A pesar de su buena actitud y energías positivas, no dejaba de pensar en qué
pasaría con su trabajo, pues no podía perderlo por necesidad.
Charo creía que la
botarían de la empresa en donde laboraba, es por eso que le pidió al doctor que
estaba llevando su caso, que le haga un certificado médico para enviarlo a su
trabajo. Ese mismo día llegó su jefa a visitarla, le dijo que no se preocupara
porque continuaría en su puesto dentro del centro de labor, también le pagarían
su sueldo los meses que permanezca con descanso y la esperarían hasta que se
recupere. Para ella fue una tranquilidad
tremenda, pues al menos tendría una entrada en el aspecto económico, pero no
cubría todos los gastos que tenía que pagar.
Lo que la mantenía con fuerzas y buen ánimo, eran las visitas y
muestras de afecto que recibía a diario, pues iban sus amistades y familiares
continuamente, eso contribuyó a que su sistema inmunológico suba. “Tengo las
esperanzas de que todo esto pase rápido y vuelva a mi vida normal”, le decía a
su madre que estaba junto a ella en todo momento.
Al cuarto día, al despertar de un momento a otro, no se sabe por qué,
pudo levantar la pierna, acto que no podía realizar días anteriores. Charo, era
muy creyente, llena de fe y no renegaba de lo que le pasaba. Las medicinas y
ejercicios la ayudaron mucho, poco a poco iba mejorando, entonces los médicos
dijeron que ya no era necesario realizarle la plasmaféresis que le practicarían
por el notable progreso, pero aún las extremidades seguían sin la movilidad
correcta.
Estuvo internada durante tres semanas y tuvo cinco meses de reposo
absoluto, tiempo que para ella fue una eternidad. Después de dicho tiempo, la chequearon y el
médico le dijo que no iba a necesitar rehabilitación, ya que podía realizar
determinadas acciones, se recuperó en menos del tiempo esperado, “fue un
milagro de Dios que se recupere tan pronto”, señaló el doctor que la atendía.
Pasaron los meses y regresó al trabajo como solía hacerlo, había
vuelto a su vida normal. “Mi cuerpo era como un trapo, me chorreaba” “A pesar
de lo sucedido, no le tengo tirria a la enfermedad, la guardo como algo
especial que me pasó en la vida” “Ahora más que antes aprecio la vida, el tener
el privilegio de poder caminar y moverme”, indicó Rosario.
El síndrome de Guillain Barré, es llamado así en honor a Jean
Alexandre Barré, no es de común aparición, ataca a una de cada 100.000 personas
y el 4% de los que la contraen mueren, puede presentarse a cualquier edad,
generalmente entre los 30 y 50 años. Éste trastorno puede aparecer en tan solo
horas o días, contrayendo los síntomas como debilitamiento y cansancio, en las
dos primeras semanas.
Vivamos contentos y agradecidos con lo que nos ha tocado, pues nadie
está libre de cualquier enfermedad repentina, quien menos se lo espere se puede
topar con algún mal, debemos apreciar nuestra vida, ya que es el mejor regalo
que Dios nos ha brindado.